"Gracias, gracias
a la colaboración de
ustedes
hermanos cooperativistas, gracias-a-ustedes
nuestra familia ha crecido de ciento trece socios que
éramos a más de tres mil, que ahora somos
"
Para suplementar los ingresos, de la raquítica
pensión de maestro retirado que devengaba,
había establecido una pequeña industria de
dulces de coco, confeccionados en el propio hogar, los
cuales vendía, durante las mañanas, en los
predios de la cooperativa, pues las tardes las dedicaba a su
trabajo voluntario en la misma.
"
y de aquellos ochocientos dólares, que tanto
trabajo nos costó reunir
hoy tenemos,
gracias-a-ustedes, más de medio millón de
dólares! Ya pueden ver lo orgulloso que me
siento
lo orgulloso que debemos sentirnos todos, de
estar inaugurando, gracias-a-ustedes, nuestra nueva casa, un
imponente edificio de tres pisos
"
Tantas veces tuvo que interrumpir sus ventas durante las
mañanas, y tantas veces su ayuda era solicitada, para
que mediara en los problemas que a diario se presentaban en
la cooperativa, que el tesorero de la junta de directores,
le pidió que vendiera sus dulces adentro; pues,
aunque la casa de madera que servía de local a la
cooperativa era pequeña, siempre se podría
disponer de algún huequito.
"Les agradezco desde lo profundo de mi alma... este hermoso
e inmerecido homenaje que hoy me brindan... inmerecido,
porque lo único que yo he hecho es darle mi apoyo a
la voluntad cooperativista de todos y de cada uno de
ustedes
"
Por varios años, frascos con esta sabrosa golosina
fueron desplegados en una de las esquinas del mostrador.
Hombre hacendoso, don Juan, velaba porque los mismos
estuviesen siempre limpios. Al lado de estos ponía
unas tenazas relucientes, un paquete de servilletas de
papel, para que los clientes pudieran ellos mismos servirse,
y una cajita de madera, en forma de alcancía, para
que depositaran los diez centavos del importe de cada
porción de dulce.
"
y aunque en este momento, no tengo puesto alguno, en
la directiva, ni en los comités, sigo luchando junto
con ustedes por el engrandecimiento de nuestra cooperativa,
sí, nuestra cooperativa, la de todos nosotros..."
Con la venta de los dulces compensaba su carencia de fondos
y al mismo tiempo como él mismo decía:
"empataba la pelea". Y así gracias a este afortunado
acuerdo pudo dar más de su tiempo a una
institución que crecía y crecía. Fue
tal el crecimiento económico de la cooperativa, que
el local se hizo pequeño para la cantidad de
transacciones que en él se efectuaban y hubo que
buscar un nuevo y más amplio lugar. Se aprobó
la compra de un edificio de tres niveles, la
instalación de un moderno sistema computadorizado de
contabilidad y la contratación de un administrador a
tiempo completo.
El día de la inauguración fue de fiesta, hubo
música, regalos y refrigerios. En una sencilla, pero
emotiva ceremonia le otorgaron una placa con el
número veinte inscrito al relieve junto a los
consabidos pinos que representan al movimiento cooperativo.
La placa leía: A don Juan Vargas Pagán, por su
incansable lucha y su desinteresado servicio en pro de la
Cooperativa, en agradecimiento por sus veinte años de
trabajo voluntario prestados.
Al día siguiente, don Juan, llegó temprano,
sonriente como de costumbre, pero esta vez, traía con
él un precioso frasco color rosado, una tenazas
nuevas y una hermosa servilletera plateada.
_Casa nueva, equipo nuevo _se dijo contento
Arregló los dulces dentro del frasco. Situó
convenientemente las tenazas y la servilletera; se
retiró unos pasos hacia atrás para contemplar
los utensilios recién adquiridos. Entonces, fue
cuando escuchó que le llamaban.
_Don Juan, ¿Podría usted venir a mi oficina un
momento?
_Sí, enseguida voy!
Frente a la entrada de la oficina se estrecharon las manos.
El administrador sujetó amablemente la puerta de
cristal con su cuerpo para que, don Juan, entrara.
Señalando hacia una mullida butaca, lo invitó
a sentarse. Don Juan, no pudo evitar que su vista recorriera
por las enchapadas paredes, por la alfombra de pared a pared
y por las lujosas cortinas; no pudo evitar posar su vista en
el nuevo sistema intercomunicador, desplazarla hacia la
silla reclinable cuyo tapizado combinaba acertadamente con
las cortinas, ni fijarla, aunque brevemente, sobre el
estilizado escritorio de pino blanco. Muy dentro de
sí sintió orgullo inmenso por todo aquel
progreso.
_Mire, don Juan, nosotros apreciamos en lo que vale, su
dedicación por la Cooperativa... pero hay nuevas
circunstancias, contamos con un nuevo sistema
computadorizado para las transacciones, con un nuevo
mostrador para los cajeros... Nos preocupa la apariencia del
nuevo local, sobre todo su limpieza... es decir... que se
mantenga libre de hormigas
_¿Hormigas?
_Sí, de hormigas. Usted bien sabe como los dulces
atraen a las hormigas y demás insectos...
_¿Los dulces?
_Por lo tanto, me veo en la obligación de pedirle que
no los traiga más para la venta dentro de la
Cooperativa.
Don Juan, le miró a los ojos, sorprendido por aquella
inesperada demanda, luego, su mirada trató de
perderse por entre los diplomas y placas que adornaban la
oficina, pero en contra de su voluntad sus ojos volvieron a
posarse en los del administrador.
_Es que yo
_Sí, amigo, usted es una persona razonable y
cooperadora; yo sé que no tendrá inconveniente
en complacernos.
Esta vez, don Juan, no respondió. Cabizbajo
abandonó la oficina, se dirigió al amplio
mostrador y tembloroso fue recogiendo sus pertenencias; su
nuevo frasco, las tenazas y la servilletera.
_Ahora sí que las cosas se me pondrán bien
duras
_pensó.
Al salir apretó fuertemente los utensilios contra su
pecho y gritó:
_¡Malditas hormigas!
|
|