literatura de Puerto Rico

La Apuesta
Andrés Díaz Marrero

Narrativa breve
Literatura para jóvenes y adultos
Cuentos de Puerto Rico

La conversación estaba en su máxima efervescencia; Goyo no dejaba de darle vueltas al «Sombrero Panamá» entre sus nerviosos dedos. Jacinto reía estrepitosamente; con una risa ronca y nerviosa mientras sacudía la cabeza, hacia ambos lados, en gesto de negar. Arturo, daba manotazos en el aire, con el rostro encendido, por la risa de Jacinto; y por el reto que se reflejaba en las caras de los demás. Alrededor de la mesa de dominó se habían amontonado los marchantes de la tienda rural; simpáticos espectadores de la porfía...

-¡Esos son cuentos!, ¿aparecidos? ¡Qué aparecidos, ni qué carajo! Después que uno se muere, ¡va pa'l hoyo y se acabó!

-Con la boca ehj un mamey... Prigunte a mano Monche lo que le pasó el año antipasao. ¡No fue pellizco 'e ñoco! No porque Monche no tuviese cría, pueh si alguno loh tiene en su sitio ehj él.

-No es cuestión de cría, sino de supersticiones. -replicó Arturo, arreglándose las solapas del gabán. Eran tiempos de Navidad y campo adentro se dejaba sentir una brisa fría. Los demás se defendían del frío abotonándose las camisas de mangas largas hasta el último botón.

-Supersticiones, ¡por eso es que están jodíos! ¿Cómo pueden progresar?

Arturo Morales, hablaba con la autoridad de hombre de mundo; del que ha viajado La Ceca y La Meca. Lo hacía con una leve inflexión de desprecio en la voz; con cierto disgusto mal disimulado. A los catorce años se había escapado de la casa; ¿casa?, cuatro estrechas paredes y un piso de tierra donde se albergaban sus padres, y sus otros seis hermanos menores. «El viejo», como él cariñosamente lo llamaba, era uno de los agregados de la hacienda; trabajaba en los cortes de caña. Allí en el corte, se lo fue tragando poco a poco el cañaveral.

Bien le vino fugarse, pensaba, ya que en la Capital y en Nueva York fue donde aprendió a desenvolverse. En San Juan, aprendió sus primeras palabras de «inglés goleta»; convirtiéndose en corto tiempo en el mejor guía de los marineros norteamericanos; que en tiempo de maniobras navales se desparramaban por todo San Juan. En breve llegó a conocer los principales burdeles de la capital. Su viaje a Nueva York fue gracias a la China, una prostituta con quien vivía y administraba. Ella lo convenció de cambiar de ambiente. «¡En niuyor los billes están a pasto!» -le decía, al ver la duda reflejada en la cara de Arturo; y añadía -de allá eh de onde vienen los gringos; to' ehjtan forrao de peso