Eran las once de la
mañana y el hambre se dejaba sentir. En el
estómago las tripas le saltaban inquietas. Bien
temprano había lustrado un par de zapatos.
-Un trapo eh peseta en toa la mañana
no da pa'
na'. Pa' un café y un pastelillo. -Pensaba; mientras
sus flacos dedos acariciaban la moneda dentro del bolsillo.
Calle arriba y calle abajo iba gritando: -¡Brillo!,
¡Brillo!, ¿Brillo Místel? -Sintió el
roce de unas lloviznas en la cara y dijo para sí
-¡Carajo! Ehtá empezando a llover. ¡Hoy
sí qué ehtoy calne! Y diciendo esto
acurrucó su cajón de limpiabotas bajo el
brazo; encorvándose como tratando de hacerse
más pequeño para esquivar las lloviznas; y con
paso apresurado entró en una fonda cercana.
El aguacero se hizo fuerte; las alcantarillas de Río
Piedras hacían gárgaras con el agua; que,
apretujándose gota con gota, corría
vertiginosamente por los declives de las calles.
Papo sintió el olor de las frituras; observó
los letreros: Tacos, 25 centavos; empanadillas argentinas,
30 centavos; alcapurrias, 15 centavos. Había entrado
a un negocio demasiado cercano a la plaza; y los precios no
|