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La tormenta
Andrés
Díaz Marrero
Con puño cerrado, el viento,
furioso al techo golpea.
Cae imponente la lluvia,
aúlla feroz la tormenta.
Árboles desgaja en ristras,
rompe techos y cumbreras
-calma, nada hay que temer;
calma, -nos pide la abuela,
con voz sosegada añade:
-no hay que temer a la lluvia
ni al mar que ruge en la arena
ni al relámpago que alumbra
ni al trueno cuando revienta,
que en la vida todo pasa
aún lo que está escrito en
piedra.
Todo es cambio: luz y sombra
son apenas una estela
que Dios, en el firmamento,
traza con mano serena.
Mañana cuando la aurora
cubra las hojas de perlas
y las montañas y mares
sientan del sol la tibieza,
comenzaremos de nuevo
la interrumpida faena.
¡Calma!, nada hay que temer.
-Calma nos pide la abuela.
Hilos de plata en las sienes,
con voz sosegada y tierna
su firmeza espanta el miedo,
nos conforta y nos alienta.
Y ya, no asusta el aullido
ni el golpe de la tormenta,
pues recobramos el ánimo
¡ante el valor de la abuela!
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