__¡Ese premio lo
gano yo! __exclamó el guaraguao.
__¡Eso lo veremos! __le replicó el
gorrión.
__Ya comencé a entrenar __le murmuró
el múcaro, en el oído, a la
lagartija.
Y así, fueron expresándose uno tras
otro; cada quien, reclamando la victoria. La
reunión duró hasta que las sombras de
la noche obligaron a cada uno de los presentes a
buscar refugio en su morada.
Apenas despuntó el sol del siguiente
día, cuando el monte se llenó de
voces y ruidos de patinetas. Unos las
corrían, otros aceitaban las ruedas, otros
las reparaban... Había un gran alborozo y
entusiasmo. Todos lucían felices; contentos.
Bueno, casi todos, porque la cotorra ni
tenía patineta ni sabía correrla. La
pobre se encontraba muy triste, mirando desde el
hueco de su árbol a los que practicaban. Fue
entonces, cuando escuchó la voz de su amigo
el colibrí:
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__Hola cotorra.
__Qué tal colibrí __contestó
con voz apagada.
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__¿Qué te pasa?
¿Por qué no estás practicando para la
carrera?
La cotorra le contó su problema y al terminar no pudo
evitar que la tristeza le humedeciera los ojos. El
colibrí, que era muy buen amigo, muy dispuesto le
dijo: __¡No seas tontita!, ¡No vayas a llorar!,
todavía faltan seis días para la carrera. Yo
te prestaré la mía y te enseñaré
a correrla.
__¿Pero, y tú?
__No puedo participar, porque ese día tengo que
acompañar a mi esposa. Ella está empollando
tres huevecillos y... ¡tú sabes!
__¡Qué buen amigo eres! __exclamó
agradecida la cotorra.
Con gran paciencia y esmero, el colibrí le
enseñó a correr patineta. El día antes
de la competencia le dijo: __Veo que has aprendido muy bien
a correr la patineta; ahora te diré el secreto para
desarrollar gran velocidad
__¡Falta qué me hace! Pues, no alcanzo a
desarrollar velocidad suficiente al correrla.
__Observa bien, lo que tienes que hacer es agitar las alas
de esta manera, así, ¡ves!
Y como todos sabemos que los colibríes son expertos
en agitar sus alas, podemos fácilmente imaginar lo
bien que le enseñó.
El día de la carrera se inscribieron veintisiete
competidores. No los nombro a todos porque la lista
sería muy larga. Pero puedo decir que el más
grande de ellos era el guaraguao y el más chico la
vaquita de Sampedro, que así se llamaba aquel
pequeño escarabajo.
__¡Dieron la salida! ¡Y todos arrancaron muy
entusiasmados! La cotorra que había salido en cuarta
posición vio cómo al pasar la primera curva de
la carrera el guaraguao empujó con un fuerte aletazo
a la vaquita de Sampedro, que corría en primer lugar,
hacia el tercer lugar por donde venía el
múcaro, y vio cómo éste de un picotazo
la sacaba de carrera, empujándola con tanta fuerza,
que vaquita y patineta fueron a dar contra un árbol a
orillas de la pista. La cotorra se detuvo, para ver si la
vaquita de Sampedro estaba herida.
__¡Eso no es justo! No, ¡eso no está bien!
¡Las carreras se ganan limpiamente! __le decía
mientras la ayudaba a levantarse.
__Estoy bien, ¡es que soy tan pequeña... __dijo
la Vaquita de Sampedro, casi a punto de llorar.
__¡Anda! ¡Súbete a la patineta, volvamos a
la pista! ¡La carrera no ha terminado aún!
¡Ven, qué yo te ayudaré!
Y así fue. La cotorra, corriendo detrás de la
vaquita la impulsaba, moviendo sus alas tal y como le
habían enseñado. Uno tras otro, tras otro, de
los corredores, fueron quedando atrás. Faltaban
apenas dos metros de distancia para la llegada... cuando un
zumbido le borró la sonrisa de triunfo al guaraguao,
quien se aprestaba a cruzar la meta. Era la vaquita de
Sampedro seguida por la cotorra, que pasaban por su lado con
la velocidad de un relámpago. Minutos después,
don Sapoconcho anunciaba así el orden oficial de
llegada: "En primer lugar la vaquita de Sampedro, en segundo
lugar La cotorra, en tercer lugar el guaraguao, en cuarto
lugar... Bueno, dejemos hasta aquí el orden de
llegada, y veamos cómo termina nuestro cuento.
__Gracias amiga cotorra, sin ti no hubiese podido ganar.
__¡No es nada! __contestó la cotorra, sonriente,
recordando que a ella también la habían
ayudado.
__Ven te invito a visitar a un amigo.
Al llegar al nido del colibrí, lo encontraron
celebrando junto a su esposa; la llegada de sus tres
polluelos. Esa tarde fue una de alegría y
gozo.
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