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Tres pajaritos vivían en
el monte. Los tres eran hermanos. Tinita era la mayor, luego
le seguía Perlita y después Tilín, el
hermano menor. Tinita, aprendía mirando. Perlita,
aprendía escuchando; y Tilín aprendía
siguiendo los consejos de sus hermanas.
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Tinita, quien aprendía
mirando, había memorizado las diferentes partes del
bosque. Conocía la distancia que había entre
cada arbusto y cada árbol y los huecos que estos
tenían. Perlita, la que aprendía escuchando,
siempre estaba atenta al más mínimo sonido que
ocurriese en el monte. Los ojos de Tinita y los oídos
de Perlita eran recursos indispensables para la
protección de los tres ante cualquier peligro.
Cierto día Tinita, Perlita y Tilín se
encontraban en la rama de un árbol conversando.
Tinita le recordaba a Tilín, su hermanito menor, lo
que la mamá de ellos les había advertido sobre
el guaraguao.
-Debemos estar siempre alerta en todo momento. Cuando
estemos en el suelo buscando gusanitos o picando granitos
para comer, hay que estar alerta. Hay que mirar hacia todos
lados mientras picamos los granitos.
-Y tener los oídos bien abiertos para escuchar
cualquier ruido que represente peligro. Hay que estar listos
para arrancar vuelo en caso de emergencia. Sobre todo
debemos temerle al guaraguao. Recuerda que el guaraguao es
un pájaro grande que le gusta comerse a los pajaritos
pequeños. -añadió Perlita. Tilín
asintió con la cabeza.
Tinita retomó la palabra: -Recuerda, picas y miras.
Cada vez que picas debes...
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De pronto, Perlita interrumpió a su hermana haciendo
la señal de silencio con la punta de su ala en el
pico. Tilín y Perlita se quedaron quietos. Perlita
había escuchado un ruido sospechoso. Todos callaron,
y segundos después escucharon claramente un fuertes
batir de alas. Tinita, que por su parte, ya había
observado la sombra del guaraguao, moviendo su pico en
señal de peligro chilló fuertemente un
-¡todos abajo!, -acompañado de una
invitación a que la siguieran.
-¡Pronto!, a escondernos en el hueco del árbol
de quenepa. Los demás la siguieron.
Tinita conocía que el
árbol de quenepa tenía un hueco que
permitía el paso sólo a pajaritos
pequeños. El guaraguao era demasiado grande para
penetrar en el hueco, por lo que estarían a salvo.
Dicho y hecho. Los tres volaron a esconderse en el hueco del
árbol de quenepa. El guaraguao lleno de coraje al ver
que su comida se le escapabas volaba en círculos
alrededor del árbol de quenepa lanzando graznidos
desesperados en el aire.
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Una vez a salvo, los tres
pajaritos sabios continuaron la conversación
que habían interrumpido. Allí
hablaron de la importancia de aprender a observar y
a escuchar, también hablaron de cómo
los hermanos pequeños deben seguir los
consejos sabios de los mayores. Gracia a la
sabiduría de los tres pajaritos , todos se
salvaron.
¿Y el guaraguao?
¡Tuvo que irse a buscar comida a otro
lado!
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